Poder llorar la muerte adecuadamente y afrontar la pérdida de un ser querido antes de que se produzca, en el momento en que ocurre y sobre todo después, hace que el niño/a no pueda sentirse culpable, deprimido, enojado o asustado.
Cuando ayudamos a nuestros hijos a curarse del dolor que produce la herida emocional más profunda de todas – la muerte de un ser querido -, los estamos dotando de unas capacidades y una comprensión importantes, que le servirán para el resto de sus vidas.
Es habitual que después de una pérdida, los niños/as manifiesten ansiedad y estallidos de cólera.
La ansiedad se debe a que el niño/a puede temer volver a sufrir una nueva pérdida, lo que le hace más sensible a toda separación de la figura que hace las funciones de maternaje.
Algunos niños/as, se ponen furiosos por el mismo hecho de la pérdida.
Es importante que la persona de referencia que sobrevive entienda que los estallidos de ira del menor se deben a la ausencia del fallecido y no culpabilice al hijo al considerar irrazonables sus enfados o atribuirlos a problemas de carácter.
Aunque es difícil saber hasta qué punto los niños/as son propensos a culpabilizarse espontáneamente por una pérdida, lo que parece evidente es que, si el padre/madre se enfadan con frecuencia con el niño/a, éste tendrá problemas de autoestima y será más vulnerable a la depresión.
Algunos signos de alerta a los que estar atentos
Es conveniente, estar atentos a la aparición de algunos signos de alerta como:
- Llorar en exceso durante periodos prolongados.
- Rabietas frecuentes y prolongadas.
- Apatía e insensibilidad.
- Un periodo prolongado durante el cual el niño pierde interés por los amigos y por las actividades que solían gustarle.
- Frecuentes pesadillas y problemas de sueño.
- Pérdida de apetito y de peso.
- Miedo de quedarse solo.
- Comportamiento infantil (hacerse pis, hablar como un bebé, pedir comida a menudo…) durante tiempo prolongado.
- Frecuentes dolores de cabeza solos o acompañados de otras dolencias físicas.
- Imitación excesiva de la persona fallecida, expresiones repetidas del deseo de reencontrarse con el fallecido.
- Cambios importantes en el rendimiento escolar o negativo de ir a la escuela.
¿Qué podemos hacer para ayudar al niño en el proceso del duelo?
Hay que ser completamente honestos con el niño/a.
Acompañar a un niño en duelo significa ante todo NO APARTARLE de la realidad que se está viviendo, con el pretexto de ahorrarle sufrimiento. Incluso los niños más pequeños, son sensibles a la reacción y el llanto de los adultos, a los cambios en la rutina de la casa, a la ausencia de contacto físico con la persona fallecida…, es decir, se dan cuenta que algo pasa y les afecta.
Solamente en el caso de muertes repentinas e inesperadas, sería aconsejable (aunque no siempre posible) apartar al niño durante las primeras horas.
El niño puede y debe percibir que los adultos están tristes, o que lloran, que lo sienten tanto como él, pero evitaremos pueda presenciar escenas desgarradoras de dolor y pérdida de control de los adultos.
No es aconsejable decir delante del niño cosas como «yo también me quiero morir» o «¿Qué va ser de nosotros?» .
El antiguo dicho “El tiempo lo cura todo”, no se aplica en el caso de los niños/as que sufren la pérdida por muerte de un ser querido.
El paso del tiempo ayuda a calmar la intensidad del dolor y desdibujar los recuerdos, pero en sí mismo, no es curativo.
A tener en cuenta:
Interesa tener en cuenta mientras se ayuda a los menores a recuperarse;
- intentar ser paciente pero firme,
- fomentarles una autoestima positiva,
- dejarles elegir,
- enseñarles a resolver los problemas,
- mantener la familia unida, y sobre todo, darles permiso para ser felices.